Así lo recuerda Heinrich Wiegand Petzet en su libro Encounters and dialogues with Martin Heidegger 1929 - 1976

... una vez fui testigo directo de su contacto con la naturaleza de Oriente, un acontecimiento que nunca olvidaré. Ocurrió cuando un monje budista de Tailandia visitó a Heidegger en Friburgo. La visita, organizada por la Southwest Radio Network, dio lugar a una conversación entre el filósofo y el monje, tal y como este último había solicitado. Fue una de esas raras ocasiones en las que Heidegger, en contra de su convicción interior, se expuso a regañadientes al público. La visita se hizo pública gracias a la retransmisión del estudio de televisión de Baden-Baden. Lo que no se supo públicamente fue la reunión más significativa que tuvo lugar en Friburgo.

Así, el encuentro con el monje tuvo dos partes: la emisión televisiva en Baden-Baden y la discusión que tuvo lugar en la casa de Heidegger en Zahringen, en estricta privacidad, durante varias horas, antes de la emisión. Solo porque esta discusión fue tan bien, Heidegger accedió finalmente a la petición del monje de hablar una vez más ante la cámara de televisión, para preparar un programa específico para los budistas siameses. Sin embargo, como casi siempre ocurre en estas ocasiones, la repetición del encuentro, con preguntas y respuestas preparadas específicamente, fue un pálido reflejo del primer encuentro espontáneo, que se desarrolló sin preparativos previos. Heidegger deseaba que yo estuviera presente en ambas ocasiones. Así, en un hotel de Baden-Baden, durante una breve pausa para tomar el té antes de la emisión televisiva, escuché al monje hablar con asombro sobre sus numerosas impresiones de Occidente, especialmente sobre las cosas que le mostraban con orgullo como «logros». Recuerdo específicamente su amargura por los «almacenes» para ancianos y niños creados en Alemania con el fin de «deshacerse de ellos». Al igual que los niños pertenecen al círculo familiar y no a las guarderías, lo mismo ocurre con los ancianos. Su experiencia exige respeto y debe ser aprovechada por los jóvenes. En Bangkok también hay una residencia de ancianos, pero está vacía, porque nadie quiere apartar a los ancianos sin ganarse el odio de todos. ¡Qué contraste!